El pasado domingo cuatro de febrero, Carmen Posadas escribía para la revista "XL Semanal" el siguiente artículo, que paso a copipastear íntegramente, en el que ¡¡ tilda de gorda ... ni más ni menos que a NUESTRA SCARLETT!! ¿Cómo osa a hacer algo así? Vale que esté algo alejada de los cánones griegos de belleza, pero de ahí a llamarla gorda va un abismo. No, Carmen, no. Así no se hace. Que sepas que ya no me compro tus "Cinco moscas azules" ni ningún otro librito tuyo hasta que reconozcas que te mueres de envidia por el pedazo de cuerpo de nuestra perfecta Scarlett.
He dicho.
"Los hombres las prefieren gordas
Dígame: ¿encuentra usted arrebatadora a la actriz Scarlett Johansson? Si ha contestado que sí, lo más probable es que pertenezca al sexo masculino; si ha contestado que no, casi seguro es usted mujer. Lo digo porque he estado haciendo un pequeño muestreo por ahí y el resultado es abrumador. Para nosotras, la Johansson no es más que una gordita sin más atractivo que unos labios (demasiado bembones para mi gusto), unas caderas (anticuadamente redondas) y un aire general de niña buena como el de la vecinita de enfrente. Para ellos, en cambio –y cito textualmente la respuesta más habitual–, es «puro sexo». Lo más notable del caso es que varios amigos míos gays están de acuerdo con esa opinión, lo que explicaría la fascinación que ellos sienten por orondas flamencas y damas contundentes a lo Marilyn Monroe. Y es que, rindámonos de una vez a la evidencia, los hombres, todos, las prefieren redondas, por no decir gordas. Sin embargo, tan mediatizados estamos por la tele y las revistas, que pensamos que los cánones de belleza son lo que vemos en las pasarelas: niñas andróginas, fusiformes, o ese otro esperpento moderno que ha surgido de los bisturíes de los cirujanos plásticos. Me refiero a una fémina que no se parece a ningún bicho viviente, sino a la muñeca Barbie. Se trata de mujeres muy estrechas de caderas pero con trasero rotundo, talla 100 de sostén y un montón de silicona extra repartida aquí y acullá a lo Pamela Anderson. Mientras tanto, nosotras, las mujeres normales, hemos creado otros modelos a los que deseamos parecernos, esencialmente de dos tipos, diría yo. Uno es el de una mujer no flaca sino esbelta, de largos brazos y piernas, y porte distinguido, como Audrey Hepburn. El segundo modelo (uno que quieren emular sobre todo menores de treinta y cinco años) es el de chica deportista, de piernas y brazos bien torneados, pecho firme y aire sanote. ¿Su encarnación? Cualquiera de las actuales tenistas rusas, cuyos nombres no recuerdo. Lo paradójico del asunto es que mientras las partidarias del modelo Hepburn se matan de hambre y las fans del look tenista rusa se machacan los meniscos en el gimnasio, los hombres van a su bola: aunque lo nieguen, aunque digan que les gustan las distinguidas o las rusas pura fibra, mienten: todos tienen una gordita Scarlett en su corazón. Como mis posibilidades de emular a la Johansson son mínimas (y mis ganas de hacerlo más microscópicas aún), he buscado consuelo y explicación a este desencuentro estético en la antropología. Y lo he encontrado. Según esta rama de la ciencia, el hecho de que los hombres se sientan atraídos por una mujer para mí tan poco atractiva tiene una clara razón: por mucho que las modas intenten desviar los gustos, el mandato biológico es más fuerte. Y ese mandato hace que ellos se sientan atraídos por las hembras que (creen) pueden portar mejor su semilla. Mujeres de caderas anchas para mejor parir y de pechos generosos para mejor amamantar. Mujeres rellenas y de labios incitantes. A nosotras, por nuestra parte, nos atraen los machos más fuertes y –ojo al dato– los más infieles. ¿Por qué? Porque el mandato genético hace que los machos más atractivos sean los que procuran cubrir al mayor número de hembras posibles y extender así su estirpe. Total, que por muy sofisticados y superferolíticos que nos hayamos vuelto, por mucho avance de la humanidad en los terrenos de la ciencia o de la tecnología, resulta que lo que un sexo busca en el otro es lo mismo que buscaba hace millones de años: gorditas y machotes. Hay algunas excepciones a esta deprimente regla, pero sería muy largo explicarlas ahora; ya me ocuparé de ellas otro día. Mientras tanto, baste decir que hombres y mujeres somos parecidos en muchas cosas, pero muy distintos en otras, que quien quiera evitar meter la pata en las relaciones personales, más que tontos manuales de autoayuda, debería leer a los antropólogos, Darwin o, más modestamente, Helen Fisher. (Magnífico su libro Por qué amamos. Se lo recomiendo de corazón, es tan, tan esclarecedor…)."
"Los hombres las prefieren gordas
Dígame: ¿encuentra usted arrebatadora a la actriz Scarlett Johansson? Si ha contestado que sí, lo más probable es que pertenezca al sexo masculino; si ha contestado que no, casi seguro es usted mujer. Lo digo porque he estado haciendo un pequeño muestreo por ahí y el resultado es abrumador. Para nosotras, la Johansson no es más que una gordita sin más atractivo que unos labios (demasiado bembones para mi gusto), unas caderas (anticuadamente redondas) y un aire general de niña buena como el de la vecinita de enfrente. Para ellos, en cambio –y cito textualmente la respuesta más habitual–, es «puro sexo». Lo más notable del caso es que varios amigos míos gays están de acuerdo con esa opinión, lo que explicaría la fascinación que ellos sienten por orondas flamencas y damas contundentes a lo Marilyn Monroe. Y es que, rindámonos de una vez a la evidencia, los hombres, todos, las prefieren redondas, por no decir gordas. Sin embargo, tan mediatizados estamos por la tele y las revistas, que pensamos que los cánones de belleza son lo que vemos en las pasarelas: niñas andróginas, fusiformes, o ese otro esperpento moderno que ha surgido de los bisturíes de los cirujanos plásticos. Me refiero a una fémina que no se parece a ningún bicho viviente, sino a la muñeca Barbie. Se trata de mujeres muy estrechas de caderas pero con trasero rotundo, talla 100 de sostén y un montón de silicona extra repartida aquí y acullá a lo Pamela Anderson. Mientras tanto, nosotras, las mujeres normales, hemos creado otros modelos a los que deseamos parecernos, esencialmente de dos tipos, diría yo. Uno es el de una mujer no flaca sino esbelta, de largos brazos y piernas, y porte distinguido, como Audrey Hepburn. El segundo modelo (uno que quieren emular sobre todo menores de treinta y cinco años) es el de chica deportista, de piernas y brazos bien torneados, pecho firme y aire sanote. ¿Su encarnación? Cualquiera de las actuales tenistas rusas, cuyos nombres no recuerdo. Lo paradójico del asunto es que mientras las partidarias del modelo Hepburn se matan de hambre y las fans del look tenista rusa se machacan los meniscos en el gimnasio, los hombres van a su bola: aunque lo nieguen, aunque digan que les gustan las distinguidas o las rusas pura fibra, mienten: todos tienen una gordita Scarlett en su corazón. Como mis posibilidades de emular a la Johansson son mínimas (y mis ganas de hacerlo más microscópicas aún), he buscado consuelo y explicación a este desencuentro estético en la antropología. Y lo he encontrado. Según esta rama de la ciencia, el hecho de que los hombres se sientan atraídos por una mujer para mí tan poco atractiva tiene una clara razón: por mucho que las modas intenten desviar los gustos, el mandato biológico es más fuerte. Y ese mandato hace que ellos se sientan atraídos por las hembras que (creen) pueden portar mejor su semilla. Mujeres de caderas anchas para mejor parir y de pechos generosos para mejor amamantar. Mujeres rellenas y de labios incitantes. A nosotras, por nuestra parte, nos atraen los machos más fuertes y –ojo al dato– los más infieles. ¿Por qué? Porque el mandato genético hace que los machos más atractivos sean los que procuran cubrir al mayor número de hembras posibles y extender así su estirpe. Total, que por muy sofisticados y superferolíticos que nos hayamos vuelto, por mucho avance de la humanidad en los terrenos de la ciencia o de la tecnología, resulta que lo que un sexo busca en el otro es lo mismo que buscaba hace millones de años: gorditas y machotes. Hay algunas excepciones a esta deprimente regla, pero sería muy largo explicarlas ahora; ya me ocuparé de ellas otro día. Mientras tanto, baste decir que hombres y mujeres somos parecidos en muchas cosas, pero muy distintos en otras, que quien quiera evitar meter la pata en las relaciones personales, más que tontos manuales de autoayuda, debería leer a los antropólogos, Darwin o, más modestamente, Helen Fisher. (Magnífico su libro Por qué amamos. Se lo recomiendo de corazón, es tan, tan esclarecedor…)."
Lo dicho. Envidia.
2 comentarios:
¬¬...La verdad nada mas y nada menos es que esa mujer se muere de envidia por que se tira todo el dia muerta de hanbre para lograr estar ni la cuarta parte de guapa y sexi que esta scarlett , cosa que es imposible siendo una anorexica sin personalidad como ella que se deja llevar, como pluma por el viento , por todo aquello que sea tendencia " !q hay q estar delgada! pues ella es la primera que se mata para conseguirlo" y luego sufre viendo como una mujer guapa , sana , con personalidad y sin ideas enfermizas en la cabeza se lleva todos los elogios de los hombres y marcas como chanel la tienen de imagen de su pintalabios rouje ( cosa extraña ya que tiene unos labios tan desagradables segun tu ¿no Carmen? )y eso lA MATA, y yo digo: ! ajo y agua!
Que mala es la envidiaa... =P
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